Reflexión salesiana para el quinto domingo de Cuaresma

Hoy, Jesús, al resucitar a Lázaro de entre los muertos, nos exhorta a vivir y creer en Él. San Francisco de Sales amplía lo que significa vivir en el Espíritu de Jesús:
Jesús desea dar vida a los muertos para atestiguar el amor de Dios por nosotros. Habla a los que están muertos por el pecado para afirmar que todos pueden oír la voz de Dios a través del Espíritu. El Espíritu nos despierta suavemente a una nueva vida humana. Por muy debilitados que estén nuestros corazones por el pecado, el Espíritu los fortalece con un amor santo vigorizante y vivificante. El Espíritu Santo es como una fuente de agua viva que fluye en cada parte de nuestro corazón para difundir allí su amor divino.

Todos nuestros afectos siguen al amor. En el amor, deseamos, nos alegramos, esperamos y desesperamos, tememos, odiamos, evitamos cosas, nos sentimos tristes, nos enfadamos y exultamos. El amor es el fundamento de nuestra vida vivida en el Espíritu de Jesús. Cuando el amor divino reina en nuestros corazones, transforma todos los demás afectos que hemos elegido para que podamos vivir, caminar y trabajar en el Espíritu de Jesús. El Espíritu no desea entrar en nuestros corazones sin nuestro permiso. El Espíritu nos inundará del amor divino sólo con nuestra cooperación. Entonces, ¿qué debemos hacer para alimentar un espíritu en el que pueda morar el Espíritu de Jesús? Cuando la razón guía nuestros apetitos, sentimientos y emociones, entonces estamos viviendo en el “espíritu”. Vivimos en la “carne” cuando nuestros apetitos, sentimientos y emociones determinan nuestras acciones. Elijamos sin ambigüedad una vida en el Espíritu.

Si un enfermo toma sólo una parte de la medicina que necesita, ésta le cura en parte. Así también, con el amor divino, en la medida en que consentimos en abrazarlo, el Espíritu nos inunda de amor sagrado. Así pues, no sólo debemos recibir el amor de Dios a la puerta de nuestro corazón, sino también en nuestro corazón consentirlo. Debemos alimentar este amor guiados por la razón y la sabiduría santas. Impregnados del amor del Espíritu, nuestros corazones producen acciones sagradas que tienden a la gloria inmortal. Consintamos una nueva vida humana en el Espíritu de Jesús, que nos eleva a la gloria eterna.