Reflexión salesiana para el tercer domingo de Cuaresma

La Cuaresma es un tiempo para encontrarnos con Jesús de una manera muy personal para que profundicemos en nuestra consagración y compromiso bautismal. Juan nos dice que escribió sobre el encuentro de Jesús con la samaritana para que “creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que por esta creencia tengamos vida en su nombre.”

Nótese que, durante este encuentro, Jesús está atrayendo a la mujer más allá de las realidades y preocupaciones terrenales hacia las realidades más profundas de lo eterno. Jesús le ofrece “agua viva”. Se refiere al agua que da vida, pero la atención de la mujer se centra en el agua terrenal. Ella le pregunta, con cierto sarcasmo, si se cree mejor que Jacob, que les dio ese pozo. Jesús se niega a desviarse de su objetivo: darle agua que acabe con su sed para siempre. Ella sólo ve la comodidad de no tener que ir al pozo todos los días.

Jesús la lleva a un nuevo nivel haciéndola enfrentarse a la verdad de su situación actual. Pero no le dice que “vuelva cuando haya enderezado su vida”. La gracia que le ofrece está destinada a ayudarla a cambiar, aquí y ahora.

En lugar de comprometerse ahora, dice que está esperando la llegada del Mesías. Ahora, Jesús puede ofrecerle la oportunidad de un compromiso personal: “Yo soy”.

El propósito de la historia es recordarnos que incluso los discípulos comprometidos necesitan ser llevados a una comprensión y conversión más profundas.

¿Cuán grande es nuestra sed durante este tiempo de Cuaresma? ¿Cuál es el “alimento” que buscamos? ¿Qué es lo que Jesús quiere que comprendamos a través de nuestros encuentros cuaresmales con él? San Pablo nos recuerda que Dios nos ha demostrado su amor. Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

Nuestro camino cuaresmal será más fructífero si estamos sinceramente abiertos al encuentro con Jesús y dispuestos a dejarnos guiar por la gracia hacia una conversión más profunda de la mente y el corazón a los caminos de Dios.